Todavía no he podido leer "Elogio a la lentitud", pero sí que he podido leer la sinopsis de la obra contada en varias entrevistas realizadas a su autor, Carl Honoré, la primera de ellas a través de la Casita del Pajarito Bonito, extraída de El País.
El escritor afirma que estamos haciendo de nuestros hijos unos seres infelices, frustrados, preocupados y estresados. Desde pequeños nos preocupamos tanto de que estén estimulados, adecuadamente alimentados... Y desde pequeño el bebé tiene la obligación de dormir solo, ajustarse a los horarios impuestos, jugar con los juguetes dictados y realizar pesadas tareas de estimulación precoz. Cuando crecen, los niños viven con sus padres y demás adultos, encerrados en sus casas por mor de virus, suciedades, peligros y actividades extraescolares varias. La bendita estimulación debe de dar sus frutos ahora: música, arte, geografía. Una carrera será lo deseado con el tiempo. Porque eso es lo que estamos sacrificando de su infancia: su tiempo de ser niños, de vaguear, correr y romperse las gafas, soltarse de la mano de los padres.
Hace ya tiempo que comenté mi opinión sobre los padres (en aquella entrada me refería en concreto a las madres) que sobreprotegen a los hijos, y de lo nefasto del resultado. En esta ocasión, no sólo no está sobreprotegido sino que desamparado, con más tareas programadas de las que un adulto puede tolerar sin mentar a la madre del inventor de la sociedad de consumo, con más responsabilidad de la que podría tolerar cualquiera y, en definitivas cuentas, con el temor que todos hemos sentido de defraudar a nuestros padres, pero elevado al cubo.
Al mismo tiempo que compensamos el exceso de responsabilidades con el exceso de regalos, impedimos que gocen de la cantidad de ventajas que tuvo la infancia de todos nosotros. Respecto a eso, me suelo preguntar a menudo por qué nos dedicamos a recordar nuestra infancia con nostalgia - bollycaos, rodillas peladas, dibujos animados, descampados, tiempo libre - cuando le negamos a nuestros vástagos tantos buenos recuerdos, como si nosotros no hubiésemos sido felices. En cuanto a si un niño con obligaciones y presiones, sobreestimulado, con unos padres estresados por cada fracaso, van a guardar grandes buenos recuerdos de esta etapa... Juzguen ustedes.
El escritor afirma que estamos haciendo de nuestros hijos unos seres infelices, frustrados, preocupados y estresados. Desde pequeños nos preocupamos tanto de que estén estimulados, adecuadamente alimentados... Y desde pequeño el bebé tiene la obligación de dormir solo, ajustarse a los horarios impuestos, jugar con los juguetes dictados y realizar pesadas tareas de estimulación precoz. Cuando crecen, los niños viven con sus padres y demás adultos, encerrados en sus casas por mor de virus, suciedades, peligros y actividades extraescolares varias. La bendita estimulación debe de dar sus frutos ahora: música, arte, geografía. Una carrera será lo deseado con el tiempo. Porque eso es lo que estamos sacrificando de su infancia: su tiempo de ser niños, de vaguear, correr y romperse las gafas, soltarse de la mano de los padres.
Hace ya tiempo que comenté mi opinión sobre los padres (en aquella entrada me refería en concreto a las madres) que sobreprotegen a los hijos, y de lo nefasto del resultado. En esta ocasión, no sólo no está sobreprotegido sino que desamparado, con más tareas programadas de las que un adulto puede tolerar sin mentar a la madre del inventor de la sociedad de consumo, con más responsabilidad de la que podría tolerar cualquiera y, en definitivas cuentas, con el temor que todos hemos sentido de defraudar a nuestros padres, pero elevado al cubo.
Al mismo tiempo que compensamos el exceso de responsabilidades con el exceso de regalos, impedimos que gocen de la cantidad de ventajas que tuvo la infancia de todos nosotros. Respecto a eso, me suelo preguntar a menudo por qué nos dedicamos a recordar nuestra infancia con nostalgia - bollycaos, rodillas peladas, dibujos animados, descampados, tiempo libre - cuando le negamos a nuestros vástagos tantos buenos recuerdos, como si nosotros no hubiésemos sido felices. En cuanto a si un niño con obligaciones y presiones, sobreestimulado, con unos padres estresados por cada fracaso, van a guardar grandes buenos recuerdos de esta etapa... Juzguen ustedes.