ACTUALIZADO: quiero pedir disculpas por tener durante tanto tiempo esta entrada a medio terminar.
Poco público permite escribir con tanta libertad como el infantil, e incluso me atrevería a decir que el juvenil.
Los adultos son el "consumidor" prioritario de libros, tanto de ficción como de no ficción, pero a menudo nos hemos impuesto clichés que nos impiden cambiar nuestro hábitos literarios: los hay que siguen a los maestros de la literatura de actualidad, los que prefieren la no ficción y los que renuncian a la aventura en pos de una lectura profunda y descriptiva; también los de la postura contraria, los que no se duermen sin una buena novela histórica o aquéllos que lo prefieren todo ligero: el tamaño y el contenido.
Sin embargo un niño sólo le pide a la historia que la historia le entretenga. Nada más simple ni más extraordinario que eso. Fuera clichés. Ningún niño piensa "esto es muy ligero para mí", "este tema lo dejé atrás en los años de universidad", "ya está bien de fulanito, que ya nadie lo lee", etc. Nada de eso: o me gusta, o no me gusta. Lo de leer historias más complejas, en la etapa de la niñez viene dado por los cambios de gustos y los deseos de superarse a sí mismo leyendo y entendiendo relatos más complejos, pero rara vez se producen imposiciones sociales. De hecho, a estas edades se mezclan libros de etapas anteriores y posteriores sin ninguna restricción por parte del niño.
Cuando llega la preadolescencia y la adolescencia los intereses infantiles se entremezclan con los adultos y además se añade a todas esas sensaciones encontradas un fuerte impulso sexual y sentimental. Los libros que se publican en el mercado tratan de una manera u otra esos temas, que son, haciendo gala de tópico, casi lo único en lo que los adolescentes quieren pensar. No obstante, de lo que anda más falto un adolescente, para lo que en realidad están preparados su cuerpo y su mente es para descubrir lo que pueden hacer con su nuevo yo de ahí en adelante. Es el momento en que un libro les puede mostrar parte del mundo que hay fuera esperando y otros puntos de vista diferentes, algo de lo que se anda escaso en esos años en que uno se mira al ombligo un poco más que de costumbre y el mundo se reduce a esos intensos sentimientos nuevos.
En el caso de los adolescentes, precisamente por esos motivos de que hablaba, es especialmente alentador atraerlos como lectores, porque supone un reto arrancarlos de su propio mundo interior aunque sea para cultivarlo un poco más. Algunos preadolescentes y adolescentes, además, experimentan la lectura como un refugio del rechazo o las dificultades para relacionarse, en otros casos les hace admiradores de sus primeros autores y les enseña uno de los grandes retos que debería afrontar la enseñanza actual: el aprendizaje autónomo.
Por eso mismo estoy convencida de que pocos oficios son tan gratificantes y satisfactorios como el de escritor infantil y juvenil, aunque de un tiempo a esta parte se critique su reciente auge argumentando que anda falto de calidad, o que el marketing influye más que la vocación, léanse los ejemplos de Harry Potter (Bloomsbury) o Crepúsculo (Twilight, Little, Brown and Company) por citar los dos ejemplos por excelencia.
En todo caso, aprovechemos padres y educadores el filón que al parecer hemos encontrado en la llegada de los éxitos de ventas de la literatura infantil y juvenil (LIJ)para explotarlo al máximo. En un mundo donde quien más y quien menos se ha hecho adicto a la información y las novedades, sería bueno mantenernos al tanto de lo que se cuece en esta materia, ya que al fin y al cabo, aunque todo es relativo, poco son los que ponen en duda el beneficio de la lectura.