Leer, leer, leer

Durante los años en que estudiaba magisterio descubrí la revista CLIJ (cuadernos de literatura infantil y juvenil), en mi opinión una publicación maravillosa en la que se analiza el mercado de la literatura infantil y juvenil. En palabras del equipo (precisamente ahora la revista celebra su decimo octavo aniversario) CLIJ es
una revista mensual especializada en literatura infantil y juvenil. Nació en diciembre de 1988 con un doble objetivo: dignificar una literatura que, por estar destinada a los menores, siempre se ha considerado menor, y defender la importancia cultural de la lectura desde la infancia.
Imposible describirla mejor, e imposible no reivindicar la dignidad de la literatura que consumen -o deberían consumir- niños y jovenes, tras lo cual debería quedar implícita toda importancia cultural.
También es una filosofía de la revista defender el hecho de que la literatura infantil y juvenil no tiene porqué ser de índole educativa, sino que más bien es adecuado que aparezca ante el pequeño lector como un divertimento o incluso una evasión. En ese sentido, fenómenos como el de Harry Potter son una muestra perfecta de la diversión que puede proporcionar un libro (en otra ocasión me gustaría comentar este libro, ahora que ya se han publicado todas sus partes).
Ese mismo ejemplo puede servir para otra de las características de la literatura infantil y juvenil (a partir de ahora LIJ), porque es una muestra de lo que ésta debería ser: incluso cuando hablamos de los cuentos que se leen a los más pequeños y las primeras lecturas infantiles, la LIJ no debería tener fronteras establecidas entre una y otra etapa, e incluso entre la etapa adulta, en la medida en que un libro puede y debe ser leído en diferentes edades y proporcionar diferentes experiencias y sensaciones: ¿por qué tanto interés en recortar las fronteras, establecer una norma de cuando leer ese libro y cuando no leerlo nunca más?. A la preocupación por si lo entenderá o por si no tiene edad para leer algo tan infantil, opino que la respuesta más adecuada es que las barreras se difuminan y el lector verdaderamente formado encontrará sus propios límites y gustos, de manera que quizás haya que prestar más atención al cuánto y el cómo que al qué, a la calidad del lector por encima de toda cuestión.
Por último, respecto al papel que desempeña el educador en la formación del lector, esa es una cuestión muy amplia que también me interesa comentar aparte, pero que sin embargo no quiero dejar de mencionar aquí. Creo firmemente en el ejemplo y la imitación como las mejores pautas a seguir en casa: padres lectores, hijos lectores. En la escuela, la animación más que la obligación y, para terminar, la colaboración entre las instituciones familia - escuela (en éste y todos los demás campos) resulta vital.


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